miércoles, 20 de noviembre de 2013

Alegría

Es la alegría el sentimiento con el que suelo encarar mis clases de teatro. Casi siempre. Me he dado un año artístico, como pausa profesional, y no entendería de otra forma mi actitud ante esta actividad que, junto con el piano al que estoy empezando a coger el gustillo, mi participación en un coro y las clases de matemáticas que doy a dos chavales estupendos, me llena. Además de toda mi vida, que continúo, esta otra casi nueva vida, consigue satisfacerme plenamente.

Por eso es la alegría lo que me llena cuando encaro una nueva sesión de teatro. Como ayer mismo, cuando conocí a unos nuevos compañeros, mucho más jóvenes que yo y con unas ganas terribles de aprender y compartir. Son, somos, generosos en el esfuerzo. La profesora nos agradeció nuestra entrega en un ejercicio que consistía en contar en tres minutos, de una manera lo más artística e interesante posible, nuestra experiencia en la escuela.

Este sábado próximo tengo ración doble teatrera. Por un lado, mi clase habitual por las tardes. Y por la mañana, una sesión extra en la otra escuela: la han llamado "mascarada" y creo que nos vamos a divertir.

En esta mascarada vamos a representar, cada uno de los compañeros de clase, un personaje. Y con ese personaje estaremos las dos horas y pico que dure la sesión. Para mí, todo un desafío. ¿Qué he pensado representar? Que no se entere nadie... me voy a intentar poner en la piel de un loco. Un loco demente, peligroso, que juega con los pensamientos de la gente, que los manipula, que los desvía, que los intercepta... para, al final... ¡ah! sorpresa. A ver qué tal me sale, pondré todo mi empeño :) Atrezzo mínimo necesitaré, me parece a mí.

Creo que ya lo he escrito en otra página de este cuaderno de bitácora tan teatrero, si acaso lo vuelvo a hacer: adoro jugar. Deseo que llegue la hora de clase para empezar a jugar otra vez con mis compañeros, guiados por los profesores.

Pienso que el juego no lo deberíamos abandonar nunca en el transcurso de nuestra travesía vital. Jugar es soñar, jugar es liberarnos, jugar es volver a ser niños... si es que alguna vez dejamos de serlo :)

Y jugar es amar.

Amar.

Amar a la otra persona, a tu compañero de juegos. Amar en sentido amplio, como es amplio el horizonte cuando estamos en lo alto de un pico en la montaña. Amplio como la misma mar, a bordo de un barco por la noche cruzando el mar Báltico desde Lübeck a Malmö... qué negritud, qué sensación de pequeña cosa... ¡qué recuerdos! Pues bien, amar en sentido amplio es sentir a la otra persona, escuchar, sobre todo escuchar. Ay, cuánto debo seguir aprendiendo.

Escuchar.

Escuchar es parte de amar, y amar es jugar. Por lo tanto, escuchar es parte de jugar. En los juegos necesito escuchar y esforzarme en hacerlo. Ayer mismo, en uno de los juegos (el jefe indio) era incapaz de escuchar... ¡debido al volumen de mi propia voz! Aprendí mucho. Lo que pasa es que desaprendo casi más rápido que aprendo... como si tuviera que hacer hueco para todo lo que me queda por aprender.

Así vamos, que no es poco. Y que dure, que dure mucho.

(Esta entrada titulada Alegría se la dedico a David. ¡Va por ti! Come on, go, go, go!!!)

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